Las redes sociales han transformado radicalmente la forma en que interactuamos, y los efectos de este cambio son particularmente graves en niños y adolescentes. Según el psicólogo social Jonathan Haid, autor del libro La generación ansiosa, los rápidos avances tecnológicos y la creciente dependencia de los smartphones han provocado un aumento alarmante de problemas de salud mental en los jóvenes de entre 10 y 20 años. «El tsunami de enfermedades mentales, ansiedad, depresión y autolesiones en los adolescentes y preadolescentes se explica, en gran medida, por esta reconfiguración de la vida social», afirma Haid.
El uso de redes sociales, videojuegos en línea y otras actividades basadas en internet se ha convertido en parte esencial de la vida cotidiana de los adolescentes, lo que ha generado consecuencias físicas y psicosociales profundas. Haid menciona cuatro problemas clave que afectan a los jóvenes nativos digitales:
- Privación social: Desde que los adolescentes obtuvieron acceso a sus propios celulares, los encuentros cara a cara han disminuido drásticamente. Entre 2012 y 2019, el tiempo que los adolescentes pasaban con amigos en persona se redujo un 54%. Este aislamiento social ha profundizado los vínculos superficiales y limitados, una situación que se agravó durante la pandemia.
- Falta de sueño: Los adolescentes que pasan mucho tiempo en sus celulares suelen dormir menos de las siete horas diarias recomendadas. La falta de sueño puede llevar a problemas como ansiedad, irritabilidad y dificultades cognitivas, además de aumentar el riesgo de accidentes y problemas de aprendizaje.
- Fragmentación de la atención: Las redes sociales interfieren con la capacidad de atención de los adolescentes, dificultando el desarrollo de la función ejecutiva. Estudios han demostrado que la concentración en el aula, por ejemplo, dura apenas unos minutos, interrumpida por las distracciones digitales.
- Adicción: Las aplicaciones están diseñadas para generar adicción, activando la liberación de dopamina sin ofrecer una verdadera sensación de satisfacción. Los adolescentes se ven atrapados en un ciclo de deseo constante, en busca de más estímulos.
Haid sostiene que la combinación de estos factores ha contribuido significativamente al empeoramiento de la salud mental en los jóvenes de esta generación.
La crianza a través de las pantallas
Otro aspecto alarmante es la introducción del uso de dispositivos electrónicos a edades tempranas. Es común ver a padres entregando celulares a bebés para calmarlos o entretenerlos. Esta práctica, descrita por el psicólogo Miguel Espeche como «la niñera digital», es cada vez más invasiva y puede tener consecuencias graves a largo plazo.
María Pía del Castillo, psicopedagoga de la Fundación Padres y Madres, advierte que los padres han comenzado a utilizar los celulares como herramientas para mantener a los niños tranquilos, algo que en el pasado se lograba mediante la interacción directa. “Cuando les quitamos esas pantallas, la ansiedad aparece, y crece la incapacidad de manejar los impulsos», señala del Castillo. Los especialistas coinciden en que es crucial postergar el uso de pantallas en los niños y limitar el tiempo de exposición a dispositivos electrónicos para evitar la dependencia.
La pandemia y el uso desmedido de la tecnología
La pandemia de COVID-19 intensificó el uso de las pantallas entre niños y adolescentes, ya que los dispositivos se convirtieron en herramientas esenciales para estudiar, socializar y entretenerse. Esto ha generado una naturalización del uso excesivo de la tecnología, que previamente no estaba tan extendido.
La necesidad de aprobación social y el temor a quedar excluido también juegan un papel importante en la vida digital de los adolescentes. Plataformas como Instagram y TikTok son especialmente populares entre las chicas, quienes pasan horas buscando validación y escapando del aburrimiento. Sol, Camila y Azul, tres adolescentes de 17 años, admiten que pasan demasiado tiempo en sus celulares, con un promedio de 9 horas diarias en redes sociales. “Intento regular el uso, pero es casi imposible”, confesó una de ellas.
Este panorama refleja una realidad inquietante sobre el impacto de la tecnología en las nuevas generaciones, y plantea un desafío urgente para padres, educadores y responsables de políticas públicas.