En plena corrida cambiaria, ya semanas de las elecciones presidenciales de 2023, el entonces ministro de Economía, Sergio Massa , anunció la activación del segundo tramo del swap de monedas con China por un valor equivalente a 5.000 millones de dólares . La medida, marcada como una herramienta pragmática para fortalecer las reservas del Banco Central de la República Argentina (BCRA), fue vendida como un gesto de solvencia financiera. Sin embargo, con el correr de los meses, quedó en evidencia su verdadera naturaleza: una trampa contable con alto riesgo sistémico.
El swap entre bancos centrales no es un préstamo en dólares, como muchas veces se presenta. Se trata de un intercambio de monedas: el BCRA entrega pesos y recibe yuanes , que engrosan las reservas internacionales en su forma bruta. Esos yuanes, en teoría, pueden ser utilizados para operaciones comerciales con China. Pero en la práctica, su disponibilidad efectiva es limitada , y su conversión en dólares —la moneda dura que el país necesita— depende de acuerdos bilaterales, condiciones geopolíticas y la buena voluntad del Banco Popular de China .
Peor aún, la devaluación del yuan , que viene ocurriendo desde mediados de 2023, ha reducido el valor contable de esos activos. Si los 35.000 millones de yuanes activados inicialmente valían 5.000 millones de dólares, una depreciación del 10% los convierte automáticamente en 4.500 millones de dólares , sin que el BCRA haya movido un solo billete. El golpe es doble: no sólo disminuye el respaldo contable de las reservas, sino que además limita su utilidad real para estabilizar el mercado de cambios o afrontar pagos internacionales.
El swap con China incluye cláusulas de compensación por variación de valor, pero estos mecanismos no son automáticos ni garantizan liquidez inmediata. El resultado: un deterioro silencioso de la credibilidad del BCRA, en una economía bimonetaria como la argentina, donde cada punto en las reservas tiene impacto en la confianza de los ahorristas, inversores y organismos internacionales .
Desde el punto de vista político, la responsabilidad recae directamente sobre Sergio Massa , quien decidió avanzar con esta operación en un momento crítico, priorizando el maquillaje financiero por sobre la transparencia contable . En lugar de sincerar la debilidad de las reservas netas, optó por inflarlas artificialmente, con el solo objetivo de generar una imagen de estabilidad a corto plazo. Una decisión que, si bien pudo contener temporalmente el pánico cambiario, hipotecó aún más la autonomía financiera del país .
Técnicamente, el swap no fortaleció al sistema. Por el contrario, ató parte de las reservas a una moneda no convertible, manipulada por un banco central extranjero , y bajo cláusulas sujetas a decisiones políticas ajenas. Su carácter contingente, lejos de ofrecer previsibilidad, incorpora un factor de vulnerabilidad estructural a la gestión del BCRA.
Lo que en su momento fue presentado como una salida ingeniosa, hoy se revela como una carga silenciosa que pesa sobre las cuentas externas del país, en un contexto de creciente desconfianza internacional. La lección es clara : los atajos financieros pueden ofrecer alivio momentáneo, pero cuando se construyen sobre premisas frágiles, terminan generando mayores desequilibrios a futuro.