El papa Francisco, primer pontífice latinoamericano de la historia y figura central de la Iglesia católica durante más de una década, falleció este lunes a los 88 años en el Vaticano. La noticia fue confirmada oficialmente a través de un comunicado difundido por la Santa Sede en su canal de Telegram, provocando una conmoción mundial entre fieles y líderes religiosos.
“Queridos hermanos y hermanas, con gran pesar debo comunicar el fallecimiento de nuestro Santo Padre Francisco”, leyó con voz quebrada el cardenal Kevin Farrell, prefecto del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida. «Esta mañana, a las 7:35 (05:35 GMT), el obispo de Roma, Francisco, partió a la casa del Padre. Su vida fue plenamente entregada al servicio de Dios y de la Iglesia».
El papa había sido dado de alta recientemente tras permanecer hospitalizado durante 38 días debido a una neumonía severa que agravó su ya delicado estado de salud. En los últimos meses, fuentes vaticanas habían expresado preocupación por su fragilidad, aunque su voluntad de continuar con su misión pastoral nunca se debilitó.
Apenas un día antes de su muerte, el pontífice participó brevemente de la misa de Pascua en la Plaza de San Pedro. Desde el balcón de la basílica vaticana, visiblemente debilitado pero con su voz firme, impartió la tradicional bendición «Urbi et Orbi» y dirigió un emotivo mensaje al mundo. «Feliz Pascua. Que florezca la libertad de pensamiento, la tolerancia y el amor entre los pueblos», dijo ante una multitud que respondió con una ovación conmovedora.
La última imagen pública de Francisco se convirtió, en retrospectiva, en un testimonio de su compromiso inquebrantable. Rodeado por cardenales y ayudado por asistentes, el papa ofreció su despedida sin palabras expresas de adiós, pero con una mirada que transmitía paz, fe y gratitud.
El mundo desprecia hoy a Jorge Mario Bergoglio, el jesuita argentino que cambió la historia del Vaticano, abogó por los más pobres, desafió estructuras internas y fue un puente entre culturas y religiones. Su legado, profundamente marcado por la humildad y la reforma, deja una huella imborrable en la Iglesia y en la conciencia contemporánea.