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La historia oculta del 24 de marzo: el rol del peronismo en la escalada represiva

Hace más de medio siglo, el 20 de enero de 1974, Juan Domingo Perón irrumpió en la televisión argentina con un mensaje que marcaría un antes y un después en la historia del país. Vestido con su uniforme de teniente general, el entonces presidente lanzó una dura advertencia tras el intento de copamiento del cuartel de Azul por el grupo terrorista Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP).

por masquenoticiasesquina
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«Es hora de que pongamos las cosas en claro y aniquilemos cuanto antes este terrorismo criminal que pretende desestabilizar al país», sentenció Perón.

Aquellas palabras, pronunciadas con firmeza, reflejaron el hartazgo del líder ante las violentas acciones de la guerrilla de izquierda. Sin embargo, también abrieron la puerta a una escalada represiva que dejó heridas imborrables en la historia argentina y que hoy muchos sectores buscan ocultar.

La violencia política antes del golpe

Perón había regresado al poder en octubre de 1973 tras 18 años de exilio, en un país profundamente fracturado. El ERP, de orientación marxista, y Montoneros, surgidos del «peronismo revolucionario», habían intensificado sus ataques terroristas: secuestros, atentados y enfrentamientos armados.

El asesinato del sindicalista José Ignacio Rucci en septiembre de 1973 y el asalto al Regimiento de Azul, que dejó muertos y secuestrados, fueron la gota que colmó el vaso.

Perón, que en un principio había sido visto como un símbolo de unidad, optó por la mano dura. Su llamado a «aniquilar» a la subversión no quedó solo en palabras: bajo su gobierno, y especialmente tras su muerte en julio de 1974, se gestó un aparato represivo que anticipó los horrores de la dictadura.

La creación de la Triple A: el terrorismo de Estado antes del golpe

Uno de los pilares de esta estrategia fue la creación de la Alianza Anticomunista Argentina (Triple A). Dirigida por José López Rega, el influyente secretario privado de Perón y luego ministro de Bienestar Social bajo Isabel Perón, la Triple A emergió como un grupo parapolicial dedicado a eliminar a militantes de izquierda vinculados con el terrorismo.

Desde fines de 1973, pero con mayor intensidad en 1974, sus escuadrones comenzaron a operar: asesinatos selectivos, amenazas y desapariciones marcaron su accionar. Aunque Perón no vivió para ver su apogeo, su discurso de declaración de guerra contra el terrorismo de izquierda fue interpretado como una luz verde para López Rega y su gente.

Tras la muerte de Perón, María Estela Martínez de Perón (Isabel), asumió la presidencia. Su gobierno, débil y bajo la sombra de López Rega, dio un paso más allá al legalizar los crímenes de lesa humanidad.

Los decretos de aniquilamiento y el inicio de la represión sistemática

El 6 de febrero de 1975, Isabel firmó los llamados «decretos de aniquilamiento» (Decretos 261/75 y 2772/75), que ordenaban a las Fuerzas Armadas «neutralizar y/o aniquilar» el accionar de «elementos subversivos» en Tucumán y, luego, en todo el país.

Estos decretos formalizaron la lucha contra el ERP y Montoneros y dieron inicio a acciones militares como el «Operativo Independencia» en Tucumán, donde se implementaron detenciones ilegales, torturas y desapariciones sistemáticas, prácticas que la dictadura de 1976 llevaría a un nivel aún mayor.

La Triple A, creada y apoyada logística y financieramente por el gobierno peronista, asesinó a más de 1.500 personas entre 1974 y 1976, según estimaciones de organismos de derechos humanos. Los decretos de Isabel, por su parte, legitimaron una represión que dejó miles de víctimas antes del golpe militar.

El relato oficial y la manipulación de la historia

A pesar de esta documentada escalada de violencia política antes de 1976, el relato oficial impulsado por el kirchnerismo ha omitido sistemáticamente el rol del peronismo en la represión.

Se instaló la idea de que la violencia estatal comenzó con el golpe del 24 de marzo de 1976, ignorando el accionar de la Triple A y los decretos de aniquilamiento firmados por un gobierno democrático.

Este uso selectivo de la memoria ha permitido que algunos protagonistas de la época se laven las manos, mientras que las víctimas del terrorismo de izquierda siguen sin reconocimiento ni justicia.

Conclusión

El golpe de 1976 no fue un hecho aislado ni un quiebre abrupto, sino la continuación de un clima de violencia política que venía gestándose desde años antes.

Los responsables de la represión no fueron solo los militares: el gobierno peronista jugó un papel clave en la consolidación del aparato represivo mucho antes del golpe de Estado.

Si la memoria quiere ser completa y justa, no puede ignorar estas verdades incómodas.

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