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“Si se cae el ideal de la república, desaparece el ideal de la política”

por masquenoticiasesquina
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“Si se cae el ideal de la república, desaparece el ideal de la política”

La luz del día empieza a languidecer y atraviesa el living del departamento de Santiago Kovadloff (1942), un espacio acogedor, con objetos, libros y obras reunidas a lo largo de toda una vida. El edificio, una construcción centenaria ubicada en la calle Riobamba, sigue preservando su antiguo encanto.

Aquí se mudó hace más de cuarenta años. Aquí transcurrió la mitad de su vida y aquí escribió una obra robusta que incluye ensayos, poesía y traducciones. Aquí también recibió a Julia, su hija menor. “Cuando yo llegué aquí todavía era inmortal. Pero hoy sé que este es el lugar donde voy a vivir hasta el final de mi vida. Riobamba también quiere decir mi último lugar”, dice Kovadloff, en una conversación íntima con la nacion.

Ahora acaba de publicar La suma de los días. Fragmentos de una vida (Emecé), un diario escrito entre 1985 y 2023. Este texto, que en su origen no tenía destino de publicación, es más que una autobiografía literaria. Es, en cierto modo, el retrato de una vida. Y en esos cuarenta años, signados por el goce de la escritura, aparecen, como destellos, las despedidas de padres y abuelos, la vida familiar y los hijos, su hermano Hugo, la pasión por la música, su amado Fernando Pessoa.

En ese living que es pura calidez habrá un momento para hablar de este presente político crispado, marcado por un “lenguaje cloacal” que persiste en subestimar el diálogo. “Más bien potenció el protagonismo del monólogo”, señala Kovadloff y explica por qué.

Cristina Kirchner tenía enemigos políticos, pero el actual presidente fue más allá. “Milei considera absolutamente irrelevante a todo aquel que no esté de su lado, pero irrelevante existencialmente, ya no solo en lo político. Es como si hubiera habido un acrecentamiento ontológico, por parte de Milei, con respecto a la desvalorización del otro”, describe Kovadloff, vicepresidente de la Academia Argentina de Letras y miembro de la Academia Argentina de Ciencias Políticas y Morales.

La conversación, que enhebrará pasado y presente, no eludirá los interrogantes sobre el porvenir, la última estación, la despedida final. “Es el adiós, sí, esta es la época del adiós. Sin melancolía. Me siento pleno. Me gustaría irme con una sonrisa”, dice el escritor.

Podría decirse que este departamento, tu hogar desde hace 42 años, es, también, testigo y protagonista de este libro. Mencionás tu mudanza a Riobamba y esa primera sensación de extrañeza, pero acá terminó transcurriendo casi todo.

–Tocás un punto que me sorprende porque es verdad, sin que yo lo hubiera pensado. Nosotros vinimos a vivir aquí porque le buscábamos un lugar a Julia, que no tenía del todo lugar en la casa donde vivíamos antes. Pero es cierto que en los últimos 42, 43 años aquí me ocurrió todo, incluso envejecer. ¡Incluso! Cuando yo llegué aquí todavía era inmortal. Tenía la sensación de que había llegado a un lugar donde nuestra vida ganaba más potencia con esa tercera hija. Pero hoy sé que este es el lugar donde voy a vivir hasta el final de mi vida. Y aquí tocamos un punto central. Muchas cosas son inciertas con respecto al desenlace de la propia vida, pero yo sé que será en este lugar. Riobamba también quiere decir mi último lugar. Y lo digo sin melancolía, más bien como quien descubre algo dentro de lo imponderable que es todo final.

Tu diario comienza en 1984. Si bien no hay coyuntura política, parece el recorrido de una vida personal y literaria que se entrelaza con la vida democrática de la Argentina.

–Sí, de hecho, el nacimiento de Julia sobrevino después de muchos años, que fueron los años de la dictadura militar, en que no venía esa hija. Ella nació en el 85. Así que Julia llegó con la democracia también.

En la entrada del 14 de junio de 1986 escribiste. “Hoy ha muerto Jorge Luis Borges, esa inmensidad. No diría que fue el mejor. Diría que fue único como nadie”. Y recordás que Borges le había dicho a Alfonsín: “Señor Presidente, usted nos ha devuelto el deber de la esperanza”. En tu caso, ¿queda la esperanza? ¿O permanece el deber de la esperanza?

–Queda el deber de la esperanza. No la esperanza, sino el deber de la esperanza. Porque me parece que un rasgo inseparable de la sensibilidad cívica es la necesidad de la política. La política, democráticamente entendida, es necesaria. Y yo creo que, si cae el ideal de la república, de alguna manera desaparece el ideal de la política, porque la política sin república desemboca en la forma más primaria de la organización social, el autoritarismo, la anarquía. Y yo sigo creyendo que la esperanza se impone como una tarea, la sensibilidad que tiene esa ciudadanía cívica. Yo no soy político, pero sí soy un ciudadano. Y como tal, tengo participación. Y tuve. De todas maneras, sigo creyendo que estamos en manos de algo bastante parecido a lo que queríamos dejar atrás.

Me gusta mucho trabajar, el toreo con el borrador, revolver la materia prima e ir encontrando lo que resulta significativo

¿En qué sentido?

–En el orden de lo que significa la consideración del otro no veo grandes cambios. La transición del kirchnerismo al mileísmo no dejó atrás la subestimación del diálogo. Al contrario, potenció el protagonismo del monólogo. Lo potenció, le dio más fuerza todavía, porque Cristina Kirchner tenía enemigos políticos y Milei considera absolutamente irrelevante a todo aquel que no esté de su lado, pero irrelevante existencialmente, ya no solo en lo político. Es como si hubiera habido un acrecentamiento ontológico, por parte de Milei, con respecto a la desvalorización del otro. Hemos pasado del “vos no estás conmigo porque no pensás como yo, a vos no pensás ni significás nada y formás parte no solo de una casta política, sino de un relieve social que me permite a mí homologarte a la animalidad”. Hay un desplazamiento del orden humano al orden zoológico. Me parece que eso agravó la irrelevancia del otro y subsumió aún más hondamente en la intrascendencia el significado de la palabra adversario.

El problema que tiene este gobierno es que logró ganar unanimidad relativa a través de su gestión política y empezó a generar disconformidad por la unilateralidad de su lenguaje

Vos te has referido al “lenguaje cloacal” que nos gobierna.

–Sí. Hablo de un lenguaje que tiene una historia siniestra en la historia de la cultura occidental. El primero que lo advirtió fue Kafka. Lo advirtió en su tiempo como algo que circulaba en las calles y me parece que puede ser el preámbulo de todas las formas de violencia que se justifican en que uno no está atacando a un prójimo, a un ser humano. Cuando la violencia verbal se adueña de la caracterización del adversario, puede terminar convirtiendo su existencia en algo irrelevante.

Hay quienes creen que esas palabras “cloacales” y los insultos “dicen las cosas como son” y tienen el valor de ser “auténticos”.

–Hay algo muy interesante: la verosimilitud de su discurso quedó probada por su victoria electoral. Es decir, su victoria electoral prueba la representatividad que alcanzó ese discurso. Ahora, lo que en un momento puede ser representativo, en el transcurso de una gestión política puede perder representación global. Yo creo que el problema que tiene este gobierno es que logró ganar unanimidad relativa a través de su gestión política y empezó a generar disconformidad por la unilateralidad de su lenguaje, que ya no fue representativo de una demanda social general, aun cuando Milei sigue teniendo una mayoría. Pero si analizamos la mayoría que tiene, es una mayoría decreciente, es una mayoría que baja. Hay algo en la demanda de los sectores no mileístas que lo apoyaron por temor o por lo que fuere, que en este momento están pidiendo una apertura mucho mayor a la convivencia en el lenguaje. Sería extraordinario que el Presidente pudiera ganar terreno en el orden de un léxico más idóneo para la convivencia, pero lo veo bastante difícil.

Milei ha generado un verdadero trauma en la sociedad política, porque un trauma es un fenómeno que consiste en quedar paralizado por un acontecimiento

Mientras de un lado las palabras se usan como misiles, en el heterogéneo campo opositor hay, en términos generales, silencio, impotencia, resignación, desorientación. No hay palabras porque no hay ideas ni respuestas.

–Estoy totalmente de acuerdo. Creo que el protagonismo de Milei no resulta del hecho de que pueda persuadir a quienes no piensan como él, sino del hecho que del lado opuesto lo que ocurre es que se ha caído en un mutismo y en un desconcierto completo. No se sabe qué hacer frente a él. Han perdido protagonismo todas las fuerzas que en otro momento tuvieron significado político y hoy no lo tienen. Hoy son individuos que pugnan por representar algo más que fuerzas doctrinariamente significativas, pero son individualismos sin potencia locutiva, sin ideas, sin poder de atracción para el electorado. Me parece que Milei ha generado un verdadero trauma en la sociedad política, porque un trauma es un fenómeno que consiste en quedar paralizado por un acontecimiento. Y creo que ha generado parálisis, es decir, ineptitud política para reaccionar. No hay reacción frente a su discurso. Se puede manifestar mucha gente en contra de él, el peronismo, por ejemplo, pero lo hace en nombre de ideales sociales que son representativos de un pasado que no creo que vuelva, y no de un proyecto de porvenir. Y cuando uno ve el discurso de los de Pro, de los aliados actuales que tiene Karina Milei, ese discurso tiene la mansedumbre de la resignación. Es un tipo de discurso que justifica la falta de ideas.

Para hacer este libro pusiste en marcha un proceso de selección y edición del material que finalmente quedó. ¿Es posible hablar de balance o ajuste de cuentas? ¿Cómo describirías ese proceso?

–Ante todo, este es el primer libro mío que no nace del propósito de hacer un libro. Me propuse escribir un diario y terminarlo, no dejarlo póstumo. No quería que me sobreviviera, por lo menos bajo la forma de un original inédito. Entonces me puse a leerlo, pero con la intención de ver qué podría hacer si lo publicaba. Y descubrí que era el diario de un escritor, y no necesariamente el diario de un marido, el diario de un papá, el diario de un hijo. Aunque ahí estamos todos. Yo como hombre joven que va hacia su vejez, y como hombre grande que mira hacia atrás. Me di cuenta que tenía ahí un material literariamente expresivo y que se justificaba que yo seleccionara pequeños textos que, en su discontinuidad aparente por todos esos perfiles, sin embargo daban el retrato de una vida en todos esos aspectos. Pero quería en especial rescatar las idas y venidas de la composición de mis libros: la esperanza o la alegría de poder obtener una página buena y de pronto al día siguiente descubrir que no era buena. Era realmente interesante para mí leer ese proceso porque me aleccionaba sobre lo que es la capacidad de esperar. Saber esperar permite que la palabra justa llegue a rescatarte de la convicción de que sos estéril y no podés generar nada más. Y también está la alegría del trabajo, porque para mí escribir es una alegría muy grande. Yo no escribo atormentado. Cuando escribo tengo la impresión de haber derrotado el tormento. Me gusta mucho trabajar, el toreo con el borrador, revolver toda esa materia prima que está ahí, y de tantas emociones, ir encontrando lo que me puede resultar significativo.

El 22 de mayo de 1997 escribís que estás trabajando con Graciela Fernández Meijide en el libro sobre la historia de su hijo Pablo, desaparecido en 1977, a los 17 años.

–Sí, conocí a Graciela en la Asamblea Permanente de los Derechos Humanos, a la que me había llevado Enrique Vázquez, el periodista de la revista Humor. Conocí a Graciela y a su marido y nos hicimos muy amigos. Es la madrina de Julia. Fue un trabajo apasionante porque ella me traía los originales y los íbamos discutiendo. Sobre todo, desde el punto de vista expresivo: la batalla de ella para llevar al lenguaje lo indecible. Para mí fue un privilegio poder acompañarla en ese esfuerzo. Como dice Graciela, ella pudo escribir cuando superó el odio.

Vamos a volver al principio de la conversación en donde hablamos de los finales, de la última estación, de la finitud. ¿Pensás en ese momento? ¿Pensás en cómo te gustaría que fuera?

–Lo pienso mucho. Tengo 82 años y estoy sano, pero no me engaño. Esto tiene que terminar. No sé cómo va a terminar. Yo alguna vez escribí: “Me gustaría que ella me encuentre sobre mi escritorio trabajando a lo Merleau-Ponty, sobre la mesa” (risas). Mi penúltimo libro de poemas se llama Los últimos cielos. Y es un largo adiós. Y yo creo que sí, que la muerte vive en mi sentimiento amoroso de cada día que se va. En ese irse del día y en ese llegar del día está la despedida. Por el modo como vivo la llegada y la partida. La siento. No la siento con violencia, la siento con dulzura. Estoy viviendo la etapa de una larga despedida y la vivo con paz interior. Hice lo que quise, conocí el amor, conocí la paternidad, la hermosura de tener hijos, la alegría y el dolor de verlos crecer y partir. He perdido a mis padres ya, tengo un hermano, el único que tengo, pero lo tengo. Somos los dos testigos. Pero es el adiós, sí, esta es la época del adiós. Sin melancolía. Me siento pleno. Me gustaría irme con una sonrisa.

–…

–Hablamos mucho con Patricia, mi mujer, de la muerte de uno de los dos, de quien partirá primero, antes que el otro. Yo bromeo con eso y le digo, “mirá, yo creo que haber sido un caballero durante toda la vida, pero por primera vez, me vas a dejar pasar a mí primero”.

ENSAYISTA INSPIRADO, POETA Y TRADUCTOR

PERFIL: Santiago Kovadloff

Santiago Kovadloff nació en Buenos Aires en 1942. Graduado en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires, es ensayista, poeta y traductor de literatura en lengua portuguesa.

Ha publicado cuatro libros de relatos para niños, trece de poesía y doce de ensayo. Tradujo, entre otros, el Libro del desasosiego, de Fernando Pessoa.

Es vicepresidente de la Academia Argentina de Letras y miembro de la Academia Argentina de Ciencias Morales y Políticas.

Recibió, entre otras distinciones, el Premio Internacional de Ensayo Pedro Henríquez Ureña, otorgado por la Academia de la Lengua de México.

Acaba de publicar La suma de los días. Fragmentos de una vida (Emecé), con entradas de un diario que llevó entre 1985 y 2023.




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